Cuando alguien tiene una idea nueva que quiere plasmar en producto o servicio debería saber que para tener éxito, el cliente tiene que elegirle entre otras opciones en las que gastar su dinero.

Si el producto es una novedad deberemos convencer al consumidor de que merece la pena comprarlo para estar a la moda, sentirse innovador, probar algo distinto, obtener una utilidad, tener una nueva experiencia…. Si no tenemos marca o el prestigio de éxitos anteriores, deberemos convencerle de lo acertado que será para él/ella hacerse con nuestro producto indirectamente y pagar el coste de la publicidad que genere o despierte su deseo, el diseño que lo haga atractivo e identifique y la distribución apropiada para que nuestro cliente pueda adquirirlo.

Por tanto, aunque el producto o servicio que proponemos sea diferente y se ajuste perfectamente al deseo del mercado, nos la jugamos a la hora de darlo a conocer bien,  ponerlo a su alcance del cliente y presentarlo de manera tan atractiva, motivarle para que se acerque a él y le resulte irresistible probarlo.

Por tanto, sin entrar en la «bondad/utilidad» del nuevo producto, la «publicidad/argumentación», la «presentación/merchadising», la «distribución/logística» se presentan como condiciones necesarias aunque no suficientes para el éxito.

El valor que dé nuestro cliente a «poseer/disfrutar» ese «producto/servicio», debería ser el precio de «venta/adquisición». Lógicamente si el producto le defrauda tendremos un problema, pero si la publicidad, la presentación y la logística no cumplen, el producto por muy innovador y bueno que sea, no podrá competir, no estará en el «mercado/competición».