El mundo desarrollado que llamamos libre, el del estado derecho, el de la democracia, no quiere que sus ciudades, sus pueblos, sus escuelas, sus empresas y comercios se llenen de advenedizos, de gente de lejos que vienen a desequilibrar el castillo de naipes con el que hemos construido nuestro Estado del Bienestar.

Alegamos que nos van a quitar nuestra cultura, nuestras costumbres; que traerán inseguridad y valores diferentes, que la convivencia se hará más difícil y que se aprovecharán de nuestros beneficios sociales encareciéndolos.

Argumentamos esto y mucho más para no decir lo que nos preocupa a la mayoría: ¡Vienen a competir con nosotros!. Olas¡Nos pueden quitar el trabajo!

La economía global tan conveniente para que nuestros productos compitan sin trabas en otros países, no lo es tanto cuando permite el flujo de entrada de trabajadores en nuestros países compitiendo con nosotros por un puesto de trabajo.

Qué fluya el capital sí. Que vengan de fuera los capitales a invertir en nuestros países interesa, pero que venga la mano de obra de personas que tal vez estén dispuestas a trabajar por mucho menos de lo que cobramos nosotros, nos preocupa y curiosamente más a nuestros Sindicatos que a nuestras Grandes Empresas, que en este caso, son las que tienen para elegir.

Muchos de nuestros hijos, a los que hemos educado lo mejor que hemos podido, tienen que irse fuera para encontrar un proyecto laboral o de investigación acorde a la preparación que tienen. Como no hay trabajo de su nivel para ellos en lo local, deben buscarlo en lo Global.

Comparados con los que también persiguen sus sueños viniendo en pateras desde África, nuestros jóvenes son afortunados porque al menos no se juegan la vida en una travesía desesperada, ni son engañados ni manipulados por mafias que les exprimen sus ahorros, tratándoles como mercancía.

El trabajo, en un país como España, es un bien escaso y la llegada masiva de trabajadores que compiten con nosotros para conseguir un trabajo, equivale a la amenaza que representa el que una multinacional pueda decidir cerrar o “deslocalizar” la planta de fabricación o de logística en la que trabajamos.

Nos inquieta la posibilidad de perder nuestro trabajo y nuestra estabilidad. Ese miedo, cuando genera angustia y agresividad, nos puede llevar a comportamientos indeseables que debemos evitar. Cada persona controla sus impulsos en función de sus valores y la confianza que tiene en sí misma.

Si estamos de acuerdo en que todos tenemos la misma dignidad, el mismo derecho a vivir, a trabajar, a salir adelante, todos deberíamos estar obligados a dar lo mejor de nosotros mismos para que la Humanidad en general y nuestra Sociedad en particular, lo consiga.

Competir limpiamente, es o debería ser sinónimo de Globalidad e Igualdad de Oportunidades.

Cuando el juego es limpio y no admite discriminaciones ni subterfugios, la competitividad selecciona a los mejores, empresas, productos y también trabajadores, en un proceso sistemático de mejora de la economía para generar más oportunidades para más personas y más riqueza también para poder ser distribuida entre los más necesitados.

La solidaridad con los demás se muestra por tanto compitiendo limpiamente y reconociendo la bondad del rival que ha ganado en buena lid. Cuando uno asume que otro puede obtener mejores resultados para todos, “perder”, ceder el puesto a otro, es contribuir a que todos ganemos.

Si queremos que el juego sea limpio, si queremos sentirnos satisfechos de conseguir y mantener nuestros trabajos, nuestras empresas, nuestra sociedad, deberemos permitir que compitan todos aquellos que acepten las mismas reglas del juego, esas reglas por las que tanto se ha luchado en nuestra Sociedad: Igualdad de Oportunidades, Solidaridad entre las personas y Libertad.

Muchos de los que llegan en patera son niños. Ellos no compiten por nuestro trabajo, en todo caso, en todos caso los suyos les envían con la esperanza de que con los nuestros niños puedan acceder a una alimentación saludable, educación en una escuela de esas que cada vez tenemos más vacías y a la asistencia médica que les permita sobrevivir.

Ellos deberían de tener las mismas oportunidades que nosotros si les educamos en nuestras reglas del juego, se adaptan a ellas y las hacen suyas. Muchos de ellos vienen y se les manda con ese espíritu.

Como dicen algunos con razón, deberíamos evitar el problema evitando las causas.

Educación, Sanidad y Empleo en los países de origen evitarían muchas muertes y  separaciones familiares que tanto dolor generan esos viajes desesperados a un mundo mejor, pero mientras los países desarrollados se ponen de acuerdo en cómo hacerlo, miles de personas diariamente se disponen a cruzar el abismo que separa a ricos y pobres.

Hasta que no actuemos solidariamente y demos lo mejor de nuestras sociedades para resolver este problema global, cada vez que muera una persona queriendo llegar a nuestras costas, sentiremos la vergüenza a la que se ha referido el Papa Francisco.

 

E.D.M.

Ingeniero Industrial. MBA IESE

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