Nos sentíamos diferentes y también marginados. España había dado la espalda al resto del mundo cuando después de haber sido potencia hace ya siglos, fuimos perdiendo influencia al mismo tiempo que otras naciones la ganaban con renovados bríos y ambiciones.

Pérdida y melancolía alimentaron durante mucho tiempo un complejo que nos fue erosionando como nación, creando un ambiente de decadencia que aunque sirviera de inspiración literaria para muchos de nuestros escritores del XIX, nos sumió en la inoperancia, la apatía, la envidia y el separatismo.

EuropaIncómodos con nosotros mismos, desilusionados, los españoles nos apañamos siempre para culpabilizar al otro del fracaso y sólo a la fuerza parecía ser posible mantener unidos a los pueblos que construyeron nuestro país.

Hace cuarenta años, cuando un ambiente así todavía nos agobiaba, cruzar la frontera nos revelaba a los jóvenes de entonces que, aunque en otros idiomas, había un mundo distinto, un mundo mejor.

Europa existió siempre, pero la idea de Europa tal y como la ansiábamos nosotros entonces, era el sueño común de los que sobrevivieron a dos guerras mundiales y vieron de cerca el rostro más perverso de la degradación humana.

Aquella Europa, a la que queríamos pertenecer muchos de nosotros, representaba el entorno de libertad y progreso, en el que queríamos que también estuviera nuestro país.

La idea de formar parte de Europa, de sentirnos ciudadanos europeos, fue para muchos de nosotros una aspiración, una manera de recuperar el tiempo perdido de nuestro país, de poder romper con nuestros fantasmas y acallar aquellas voces trasnochadas que a todas horas y en todos los medios nos decían que nosotros éramos diferentes.

Ser aceptados como miembros de la Unión Europea, supuso para España su reconciliación con Europa, pero también para Europa su fortalecimiento.

Haber transformado sin violencia una dictadura en una democracia, ha sido y es hasta el momento, el mejor ejemplo de cómo una sociedad puede ganarse el respeto de todas las demás, alcanzando ese nuevo orden por consenso, convicción y sin venganza.

Aquél esfuerzo, el milagro español como lo llamaron algunos, en el que participamos todos pero en especial la generación de nuestros padres, ha sido el mayor éxito de nuestra historia reciente. Con aquella gesta España recobró su lugar y los españoles su autoestima.

La bienvenida al “club europeo”, supuso una enorme inyección de fondos a nuestro país. Todos querían ayudar a un nuevo socio joven y cargado de ilusiones y proyectos.

Aquellas ayudas que recibimos principalmente en forma de Fondos de Cohesión, Fondos para el Desarrollo Regional y Fondos Estructurales, sirvieron para modernizar España: Mejoraron nuestras infraestructuras, nuestras ciudades, nuestros servicios públicos y le lavaron la cara a nuestro país.

Tal vez fue el sentirnos ricos de repente, lo que nos llevo a la ruina.

Para algunos, España se transformó en Jauja y aquellos Fondos Europeos en los ríos de vino y leche que regaban aquella ciudad de leyenda.

Los “listillos” del país supieron posicionarse bien para beber de aquellos ríos, llenar su bolsillos y también sus despensas.

Los que actuaron así, además de robarnos, volvieron a desacreditar a España.

La crisis, que tantos problemas nos ha creado y de la que tanto nos cuesta salir, ha sido un jarro de agua fría para muchos españoles, pero también una decepción enorme para los que desde fuera, habían creído en nosotros y nos habían querido ayudar a ser mejores.

Europa ha vuelto a desconfiar de España y mientras sigan saliendo noticias sobre fraudes, engaños y desvíos de los Fondos Europeos, seguiremos en cuarentena.

Para recuperar nuestro crédito, para demostrar de nuevo que los españoles somos de fiar, quienes nos representen en las Instituciones Europeas deberían ser modelo de honradez, competencia y responsabilidad.

Los aspirantes a ser cargos europeos deberían estar preparados para asumir una responsabilidad mucho mayor que la defender unos intereses puramente económicos nacionales o de partido.

Tener la oportunidad de ayudar a construir el sueño europeo de Adenauer, Monnet, Schuman y Gasperi entre otros,debería estar al alcance únicamente de quienes compartan actualmente sus ideales.

Es triste ver que cuando quienes aspiran a ocupar esos cargos de tanta importancia, al medirse ante nosotros para pedirnos el voto, apenas hablen de Europa.

Aquel sueño, el ideal europeo con el que deberían hacernos vibrar, quienes compiten por construirlos, se diluye en una pelea aldeana que nos devuelve a la realidad de una España de nuevo acomplejada.

Necesitamos ilusión, esperanza, futuro. Queremos volver a sentirnos orgullosos de nosotros mismos y cooperar a construir una mejor Europa y por tanto un mundo mejor

Si nuestros candidatos a Europa sólo son capaces de discutir de lo local y no transmiten con entusiasmo lo que significa ser europeos, España se alejará de Europa y el sueño se desvanecerá.

 

Enrique Díaz Moreno.

Ingeniero Industrial. MBA IESE.

SD Businessfokus.